Una amiga nuestra me ha enviado un mensaje con
la portada del „Magnificat“ del mes pasado, un cuadro titulado ‚Mater Amabilis‘ pintado
por Maurice Denis en 1923. A modo de comentario de la portada Pablo Cervera
Barranco, director de la revista Magnificat, incluye un artículo de
Pierre-Marie Dumont que él mismo ha traducido al español. Su título: ¡La
ternura salvará el mundo! Para aquellos de mis lectores que no tienen a mano
la publicación mencionada traigo hoy a mi Blog el texto de este comentario:
EL COMENTARIO DE LA PORTADA
¡La ternura salvará el mundo! por
Pierre-Marie Dumont
Este cuadro fue pintado por Maurice Denis en 1923.
A primera vista, pensaríamos que representa a un ángel de
rodillas adorando al Niño Jesús, a quien lleva en sus brazos la Virgen María.
En la parte inferior derecha, las ovejas acuden a la escena, al haber
reconocido ya en los balbuceos del niño la voz de su buen Pastor. Sin embargo,
con esta representación, el designio del artista era ilustrar la tercera
bienaventuranza: Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt
5,5). Pero sobre el lienzo, como en la vida real, ¡la ternura es más difícil de
expresar que la violencia! Por eso, Maurice Denis no encontró una expresión más
bella de la ternura humana que la que un niño manifiesta a su madre como
respuesta a la que su madre le profesa. Y más concretamente, no encontró un
ejemplo más bonito de la dimensión escatológica de la mansedumbre humana, que
el de la dulzura que María Inmaculada dedica a su Niño-Dios en respuesta a
aquella que el Dios-Niño ofrece a su Madre Inmaculada. Esta ilustración de la
bienaventuranza se revela tan sincera que un ángel bajado del cielo se
arrodilla ante ella para venerarla. Mientras María le presenta a Jesús, el
único hombre que ha sido perfectamente manso y humilde de corazón. Y aquí
estamos representados, en la parte inferior derecha de la pintura, rebaño
humilde, pues, al contemplarla, tomamos forma de cordero, modelo de dulzura.
Pero no nos engañemos, la
mansedumbre tal como Jesús la ha encarnado y tal como en nosotros se reflejará
en la vida eterna es una conquista de cada instante, a veces muy difícil para
algunos caracteres. Para los caracteres impetuosos, por supuesto; pero, sobre
todo, para los caracteres blandos, ya que la verdadera mansedumbre solo se
revela en el servicio activo a los demás. Y para hacer frente sin renegar a la
inevitable violencia de las relaciones humanas, hay que armarse de una gran
firmeza. ¿Cómo podemos cultivar la mansedumbre en nuestras relaciones?
Simplemente siendo cada día un poco más pacientes, agradables, delicados,
flexibles. La promesa hecha a los mansos de que poseerán la tierra prometida
remite al cumplimiento del designio benevolente del Padre sobre la humanidad.
Mientras, ya aquí abajo, comencemos a practicar esa dulzura que era norma de
vida en el seno de la Sagrada Familia, y que lo es y será por siempre en la
comunión de los santos.
[Traducido del original francés por Pablo
Cervera Barranco]
Mater
amabilis, o Dichosos
los mansos (1923), Maurice Denis (1870-1943), colección particular.
© Olivier Goulet, catálogo razonado de Maurice
Denis.
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