Acaba el mundial de fútbol de Rusia. Millones
de espectadores de las televisiones de todo el mundo han dirigido en estas
semanas sus miradas hacia ese país y sus instalaciones deportivas en ciudades
tan lejanas y desconocidas como Kaliningrado y Yekanterinburgo pasando por Moscú,
San Petersburgo y otras. Algunos estamos tristes y otros eufóricos por los
resultados de ‚nuestros‘ equipos de fútbol, y todos hemos tenido la ocasión de
trasladarnos en espíritu a ese país tan inmenso y lleno de historias que han
contribuido a dar forma al mundo en que vivimos.
Uno de mis hijos, conocedor de las iglesias
orientales y enamorado de los iconos bizantinos, me ha sugerido que escriba
algo sobre una de estas historias rusas desconocidas y que han tenido un papel
destacado en la historia de este pueblo. Se trata de la imagen de Nuestra
Señora de la ternura, llamada también Nuestra Señora de Wladimir, por el lugar
en donde algunos siglos se veneró, la catedral de Wladimir en Ucrania.
Hoy, y como consecuencia de la revolución
bolchevique de principios del siglo XX, el icono de Nuestra Madre de la ternura
está en Moscú, en la galería de arte o museo Tretjakow. No fue siempre así:
allá por el año 1125 un ruso encargó un icono de la Madre de Dios en
Constantinopla (la leyenda cuenta que pertenecía a San Lucas). El icono de la „Eleousa“
(ternura en griego) pasó de unas manos a otras durante el periodo de historia
ruso-ucraniana, hasta que el conde Andrej Boguljubskij la llevó desde Kiew a la
nueva catedral de Wladimir. En el año 1395, durante la pretendida invasión de
los mongoles en Moscú, el pueblo creyente trasladó la imagen de Nuestra Señora
desde Wladimir a Moscú, implorando y consiguiendo que la Reina del cielo
librara a la ciudad y al pueblo ruso de la amenaza mongol. Con el tiempo este icono,
esta imagen, fue la insignia de la iglesia ortodoxa rusa. Entretanto se han multiplicado
las imágenes de la „Eleousa“ en el oriente, adquiriendo también simbólicamente una
importancia singular en los esfuerzos ecuménicos de los cristianos. La estrecha
unión del Hijo con la madre apoya y sustenta el anhelo de unión de las iglesias
cristianas.
Más que su historia me interesa el icono mismo,
sus protagonistas, sus miradas, sus gestos. Dicen que los iconos son ventanas
abiertas a lo divino. Si nos tomamos tiempo para meditar sobre las realidades
que nos sugieren estas pinturas podremos descubrir su misterio. En su origen, los
iconos no se hicieron para su venta o adorno del hogar. Un icono auténtico es
la expresión de la oración y de la contemplación del autor, y nos sugiere
seguir el mismo camino en su contemplación.
En la „escuela de la ternura“ que este Blog nos
brinda os invito a contemplar este cuadro de la „Elousa“, de la Madre de la
ternura, os invito a meditar conmigo. (¡¡Espero agradecido vuestros comentarios!!)
Oh María, madre mía, madre de la ternura. Quiero
intuir en esta imagen la inmensa ternura que os une a ti y a tu Hijo. No hay
distancia física entre vosotros, Él te
rodea y abraza, une su mejilla a la tuya, te acaricia con su mano izquierda, tú
lo sostienes y lo estrechas en tu pecho. ¡Cómo te ama este niño, madre! El es
carne de tu carne, su cuerpo lo ha tomado del tuyo, su corazón de tu corazón.
Sus ojos te miran, te alaban y agradecen porque le has regalado nuestra
humanidad. Ya no es el gran ausente, Dios se ha encarnado en tu vientre, es el Dios con nosotros, y este
Dios te abraza agradecido. Un inmenso amor os une. La ternura de vuestro amor
os lleva a vivir una unidad inquebrantable y eterna, que tú quieres compartir con nosotros.
Mientras que el Niño te mira agradecido, tus
ojos se fijan en mí, no se apartan de los míos. Creo intuir en tu mirada que tienes
un ruego maternal para mí: que participe de vuestro amor, de ese amor que te
tiene el Hijo y que hizo que tú le regalaras la vida. Madre, el desafío es
grande, no es fácil vivir ese amor y menos ser consecuente con el mismo, pero
tu mirada me recuerda también lo que Juan, el discípulo que te llevó a su casa,
le escribió a los suyos: „En esto está el amor; no es que nosotros hayamos
amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo .......“ (1 Juan,
4) ¿Puedo pensar que tú le dictaste esta frase a Juan? ¿Es tuyo ese
pensamiento?
Madre, ayúdame a vivir esa unidad en el amor
que Cristo nos tuvo. Que ame a mis hermanos y que viva en la sensación de estar
en medio de vosotros, unido con vosotros en ese abrazo íntimo de vuestro amor.
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