En las semanas que llevamos por esta senda me ha
quedado claro que la ternura es en primer lugar y sobre todo una gracia que nos
viene de arriba. Hemos sido creados para el amor, y el buen Dios nos ha
regalado para ello el alma y el corazón con todas sus potencialidades, una de
ellas la ternura.
La ternura no es algo opcional, es una
capacidad particular de sensibilidad, una potencialidad afectiva, es una
vocación. El teólogo y profesor Carlo Rocchetta (que cité en mi comentario del viernes
18 de mayo) define la ternura en su obra „La teologia della tenerezza“ como
„una disposición afectiva del alma que mueve intuitivamente a querer bien y a
apreciar una situación, una cosa o una persona como buenas, como amables, por
las que hay que interesarse participativamente, actuando con los ojos del
corazón.“
En esta definición se nos sugiere ya parte del
camino que favorece nuestro esfuerzo: si es un regalo, debemos dar gracias; si
se nos ha dado la capacidad de querer bien, se deduce que debemos dar, regalar,
acoger y compartir. Lo que supone también que debemos aprender a mirarnos a
nosotros mismos y a los demás con la verdad por delante, sin defensas,
disimulos o escusas, respetando la libertad propia y la ajena, cultivando la
empatía – el ponerse en lugar del otro – y el diálogo.
Por otra parte, si basamos nuestra vida en la
escucha de la palabra de Dios y contemplamos el camino de Jesús de Nazareth y
su ternura, si queremos seguirle por esta senda, debemos tener el coraje de
comprometernos, de abrirnos al prójimo con gestos concretos, de arriesgarnos
por amor, de nadar contra corriente y de imitar a los que nos precedieron en la
fe y en el amor.
¡Ah!, y como mi amigo Antonio está casado y
tiene familia, como yo, me atrevo a añadir algo más: si es que la ternura es un
cauce para vivir la vocación al amor y a la comunión, tenemos en nuestro
matrimonio y en nuestra familia el lugar primario y fundamental para descubrir,
experimentar y aprender a vivir la ternura. ¡Tarea no nos falta!
Todo camino requiere un esfuerzo para avanzar. Si
hemos recibido el regalo de esta vocación a la ternura, estamos llamados
consecuentemente a seguir un itinerario ascético concreto, a seguir una actuación
ordenada y determinada en nuestra vida para llegar a la plenitud de la vocación
citada.
Para los que hemos visitado la escuela del
Padre José Kentenich y hemos sellado una alianza de amor con la Santísima
Virgen en el Santuario de Schoenstatt, se nos abre la puerta del „Nada sin tí,
nada sin nosotros“ que leemos en las vasijas que hay al pie del altar en cada
capillita de la Virgen. En la fuerza de la alianza de amor con la ‚Madre de la
Ternura infinita‘ podremos avanzar hacia la maestría del amor, hacia la
maestría de la ternura.
Al terminar recuerdo aquel dicho de mis
mayores: „no es lo mismo predicar que dar trigo“. Por eso, amigo Antonio, una
sugerencia al respecto: ¿Cuál puede ser nuestro propósito concreto para esta
semana?
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