viernes, 1 de junio de 2018

Un itinerario ascético en pos de la ternura

Mi amigo Antonio P. me ha preguntado en su último comentario sobre „qué favorece y qué dificulta la ternura“. Como buen pedagogo propone que vayamos al grano. ¡Gracias, Antonio, me has hecho pensar! Me ayudaré también de las reflexiones que hace Carlo Rocchetta en las páginas de su tesis doctoral dedicadas a la antropología de la ternura (ver más abajo). Es verdad que yo no soy un maestro, soy sólo un compañero de viaje, un asiduo más en esta escuela, a la que el Papa Francisco nos ha animado a visitar con su desafío sobre la „revolución de la ternura“.

En las semanas que llevamos por esta senda me ha quedado claro que la ternura es en primer lugar y sobre todo una gracia que nos viene de arriba. Hemos sido creados para el amor, y el buen Dios nos ha regalado para ello el alma y el corazón con todas sus potencialidades, una de ellas la ternura.

La ternura no es algo opcional, es una capacidad particular de sensibilidad, una potencialidad afectiva, es una vocación. El teólogo y profesor Carlo Rocchetta (que cité en mi comentario del viernes 18 de mayo) define la ternura en su obra „La teologia della tenerezza“ como „una disposición afectiva del alma que mueve intuitivamente a querer bien y a apreciar una situación, una cosa o una persona como buenas, como amables, por las que hay que interesarse participativamente, actuando con los ojos del corazón.“

En esta definición se nos sugiere ya parte del camino que favorece nuestro esfuerzo: si es un regalo, debemos dar gracias; si se nos ha dado la capacidad de querer bien, se deduce que debemos dar, regalar, acoger y compartir. Lo que supone también que debemos aprender a mirarnos a nosotros mismos y a los demás con la verdad por delante, sin defensas, disimulos o escusas, respetando la libertad propia y la ajena, cultivando la empatía – el ponerse en lugar del otro – y el diálogo.

Por otra parte, si basamos nuestra vida en la escucha de la palabra de Dios y contemplamos el camino de Jesús de Nazareth y su ternura, si queremos seguirle por esta senda, debemos tener el coraje de comprometernos, de abrirnos al prójimo con gestos concretos, de arriesgarnos por amor, de nadar contra corriente y de imitar a los que nos precedieron en la fe y en el amor.

¡Ah!, y como mi amigo Antonio está casado y tiene familia, como yo, me atrevo a añadir algo más: si es que la ternura es un cauce para vivir la vocación al amor y a la comunión, tenemos en nuestro matrimonio y en nuestra familia el lugar primario y fundamental para descubrir, experimentar y aprender a vivir la ternura. ¡Tarea no nos falta!

Todo camino requiere un esfuerzo para avanzar. Si hemos recibido el regalo de esta vocación a la ternura, estamos llamados consecuentemente a seguir un itinerario ascético concreto, a seguir una actuación ordenada y determinada en nuestra vida para llegar a la plenitud de la vocación citada.

Para los que hemos visitado la escuela del Padre José Kentenich y hemos sellado una alianza de amor con la Santísima Virgen en el Santuario de Schoenstatt, se nos abre la puerta del „Nada sin tí, nada sin nosotros“ que leemos en las vasijas que hay al pie del altar en cada capillita de la Virgen. En la fuerza de la alianza de amor con la ‚Madre de la Ternura infinita‘ podremos avanzar hacia la maestría del amor, hacia la maestría de la ternura.

Al terminar recuerdo aquel dicho de mis mayores: „no es lo mismo predicar que dar trigo“. Por eso, amigo Antonio, una sugerencia al respecto: ¿Cuál puede ser nuestro propósito concreto para esta semana?

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