La palabra ternura nos lleva a pensar en algo tierno, blando, privado de dureza, a la vez que nos insinúa el anhelo de encontrarnos con el otro, con el tú, de disfrutar de su presencia y de su benevolencia. Actitudes que se oponen a otras presentes a menudo en nuestra sociedad y que tienen que ver con la dureza del corazón.
Me refiero a la tentación de replegarse sobre
uno mismo, a la incapacidad manifiesta en muchas ocasiones de dialogar, de
intercambiar, de mostrar benevolencia y amabilidad con los que nos rodean, de
pedir perdón y de perdonar. Es también cuando nuestro corazón es incapaz de
conmoverse por las necesidades de los otros, cuando su única meta es gozar de
la vida aunque sea abriéndose paso a codazos y aplastando los derechos de los
demás. Es el hombre que tiene un corazón de piedra, insensible e indiferente,
que no siente emoción alguna por los demás.
Me pregunto si existe de verdad ese corazón de
piedra, y recuerdo que ya en la Biblia encontramos alguna referencia al mismo.
En el libro del profeta Ezequiel (11,19 y 36,26) leemos: „Yo les daré otro
corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: arrancaré de su cuerpo el corazón
de piedra y les daré un corazón de carne.“ El profeta Zacarías habla incluso de
un corazón tan duro como el diamante: „Endurecieron su corazón como el diamante
para no escuchar la instrucción y las palabras que el Señor de los ejércitos
les había dirigido por su espíritu, por intermedio de los antiguos profetas“. (Zacarías
7,12).
Hace unos días escuchamos en la Misa el
evangelio de la viña y los labradores (Mt, 21, 33-43), pasaje que nos habla de
la dureza de corazón de los protagonistas: „Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus
siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron
a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon.
De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los
trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: "A
mi hijo le respetarán." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron
entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su
herencia." Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron.“
Pareciera pues, que aunque nos parezca exagerado hay personas a nuestro
alrededor víctimas de esta enfermedad. Son incapaces de amar y de percibir el
amor de Dios. Así son los que tienen un corazón de piedra. Me pregunto cómo
llegaron a esta situación.
Tuvo que ser poco a poco, dejando entrar en sus corazones el frío de la
desesperanza, el hielo del odio y del rencor, viviendo faltos de sentimientos y
de razón, olvidando las emociones y el calor del hogar. Un vivir sin Dios,
negándose a confiar en Él, dando la espalda a su Palabra, viviendo como
„católicos ateos“, según explicaba el Papa Francisco en la homilía de una de
las Misas matutinas de la Casa Santa Marta: „Cuando un pueblo, una comunidad,
también una comunidad cristiana, una parroquia, una diócesis, cierra los oídos
y se vuelve sorda a la palabra del Señor, busca otras voces, otros señores y va
a terminar con los ídolos, los ídolos del mundo, de la mundanidad, que la
sociedad le ofrece. Se aleja del Dios vivo. En definitiva, el corazón se vuelve
más duro, más cerrado en sí mismo. Duro e incapaz de recibir nada.“ Es el
camino que niega, dificulta e imposibilita la ternura.
Me he prometido meditar sobre las veces que me he entretenido en
escuchar a otros señores y estar enfrascado en la mundanidad, las veces que
dejé mi corazón en el frigorífico de la indiferencia, de la insolidaridad y del
egoísmo, poniéndolo en peligro de congelarse .......... Puede ser que si lo
abandono en esta suerte, mañana tendré yo también un corazón de hielo, un
corazón de piedra. Más vale prevenir que curar.
Invito a mi amigo Antonio a animarnos mutuamente y a leer conmigo
aquello que decía Pablo a los Hebreos (Heb, 3,12-14): „¡Mirad, hermanos!, que
no haya en ninguno de vosotros un corazón maleado por la incredulidad que le
haga apostatar de Dios vivo; antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras
dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el
pecado. Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que
mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio.“
Querido Paco, me ponías deberes la semana pasada, y para hacerlos me propuse estar atento a los gestos de ternura de los demás hacia mí, que no siempre los sé ver, y por supuesto, ver qué gestos o acciones de ternura tengo yo con los demás. He tenido que pararme, olvidar la prisa, y como dices tú, mirar de otra manera a los demás y a mi mismo. El saldo es deudor, de mí hacia los demás. No me desanimo; espero aprobar al final del curso.
ResponderEliminarComo dices en tu reflexión de ayer, creo que he endurecido mi corazón. Creo que este camino hacia la ternura tiene que ver con hacerse de nuevo niño, no importa la edad que tengamos. Volver a sentirnos pequeños, acogidos por la ternura del Padre, y de nuestra Madre, y reflejando esa ternura a los demás, sin límite.