En mi reflexión de hoy quiero referirme a los
abrazos o intentos de abrazo de dos mujeres que con este gesto deseaban mostrar
el cariño o reconocimiento a la persona con la que se estaban encontrando.
Sabemos que ese impulso maravilloso que Dios ha puesto en nuestro corazón, la
ternura, necesita del cuerpo para expresarse, y el abrazo es una de las formas
más habituales para ello.
La primera mujer de mis pensamientos es María
Magdalena y su encuentro con el Maestro, su amado Maestro, el que no estaba en
el sepulcro. Jesús había resucitado. Pocos instantes después de encontrarse los
dos, y después de que ella intentara abrazar a Jesús, éste le dijo la célebre
frase: „¡Noli me tangere!“ (Jn 20,17). Para los de mi generación, que crecimos
estudiando latín durante el bachillerato y formándonos en el catecismo y la
Vulgata (versión latina de la Biblia), la frase citada - Noli me tangere - la
traducíamos y entendíamos por „¡No me toques!“
He de confesar que en alguna de mis
meditaciones pascuales me pregunté: ¿Por qué no quiso Jesús que la tocara? Este
mismo Jesús, meses antes, admitió que otra mujer, la pecadora, le ungiera sus
pies con perfume, e incluso le alabó su gesto (Lc 7,38). Mis dudas se basaban
también en el hecho de que momentos antes del encuentro de María Magdalena con
Jesús las otras mujeres que habían estado en el sepulcro se encontraron con él y
sujetándoles los pies le adoraron (Mt 28,9).
Yo no soy experto en nada, y menos aún en la
exegesis neotestamentaria, esa ciencia que, como dice Guillermo J. Morado,
doctor en teología, „nos puede acercar a la Escritura o alejarnos de ella
porque nos hagan pensar que lo que leemos no es en realidad lo que leemos“.
Pues bien según la exegesis más moderna lo que en realidad dijo Jesús a María
Magdalena fue „Suéltame“, o „deja de tocarme“. O sea, que sí lo abrazó; ella
sujetó con amor los pies de su Maestro. Era la forma de decirle a Jesús que se
quedara con ella, que olvidara la cruz y todo lo acontecido, mostrándole así la
ternura de su corazón humano.
Pero, como dijo Benedicto XVI en su audiencia
del 11 de abril de 2007 la realidad después de la resurrección era otra: „A
María Magdalena el Señor le dijo: „Suéltame, pues todavía no he subido al
Padre“. ... María Magdalena quería volver a tener a su Maestro como antes,
considerando la cruz como un dramático recuerdo que era preciso olvidar. Sin
embargo no había que volver atrás, sino entablar una relación totalmente nueva
con él: era necesario ir hacia adelante“. Orientar la mirada hacia el futuro,
ser testigos de la muerte y resurrección de Cristo, anunciarlo a los hermanos.
Las palabras „ir hacia adelante“ me traen el
recuerdo de la otra mujer, el recuerdo del pretendido abrazo de „sor Amable“ a
un sacerdote amigo hace ya unos años.También esta mujer, religiosa y superiora
de una casa de ejercicios de Extremadura, solía dar rienda suelta a su ternura dando
la bienvenida a sus invitados con un caluroso y tierno abrazo; lo que quiso
hacer también con el sacerdote que acompañaba a nuestro grupo de matrimonios.
Lo que no sabía „sor Amable“ era que
este Padre espiritual sabía latín, y tenía muy presente en sus relaciones con
los demás aquello de ¡Noli me tangere!. Parece ser que en sus tiempos de seminario
y posteriormente en el sacerdocio se llevaba muy en serio lo de la „regula
tactus“ que cité en mis reflexiones del viernes pasado.
Pues bien, los hechos fueron éstos: Eran los
últimos días de octubre del año 1988. Nuestro curso de matrimonios (españoles y
portugueses) decidimos encontrarnos en Badajoz (Extremadura/España) para iniciar
nuestro primer terciado – tiempo de formación especial en nuestro Instituto de
familias de Schoenstatt - . Nuestro Padre asistente espiritual, Padre Rudolf M.
(+ 6.11.2014), fue con nosotros a Badajoz.
Nos citamos en la casa de retiros elegida, coincidimos
en la llegada. Los matrimonios fuimos entrando poco a poco a la recepción. La
Hermana superiora, (llamada en esta historia „sor Amable“), saludaba a cada uno
de los que llagaban con un abrazo efusivo y alegre. Su constitución física
ayudaba a nuestra protagonista en sus gestos de ternura y acogimiento. El último en entrar a la casa fue nuestro
Padre espiritual. Fue cosa de segundos; mis hermanos podrán dar fe de lo que escribo.
Todos nos mirábamos unos a otros expectantes, pensando en el abrazo de „sor
Amable“ al Padre R. Pero he aquí que no contábamos con la capacidad de
reacción de nuestro sacerdote: al ver venir a „sor Amable“ con los brazos
extendidos para abrazarlo, sacó su brazo derecho como un resorte fijo y rígido,
extendiendo la mano y haciendo frenar a la Hermana pocos milímetros antes de que
la mano del sacerdote chocara con su pecho acogedor.
Un susurro de sorpresa y liberación recorrió la
escena. Mientras que todos los presentes respirábamos hondo, „sor Amable“ y el
padre Rudolf se estrechaban la mano envueltos en una sonrisa, gesto de ternura
del célibe (!?). La ‚regula tactus‘ entre célibes consagrados quedó en este caso
bien parada con la ayuda de Dios; ¡pienso yo, que Dios ayudó!.