viernes, 14 de septiembre de 2018

Suspiros


El evangelio del domingo pasado (Marcos 7,31-37) habla de un suspiro, y en este caso nada menos que de un suspiro que dio Jesús de Nazaret antes de curar al sordo de la Decápolis.
Cuando escucho o leo la palabra “suspiro” me vienen siempre a la mente dos escenas relacionadas con mi tierra natal, la bella ciudad de Granada. Son dos escenas, lejanas en el tiempo, y en las que los protagonistas expresaron sus sentimientos con un suspiro.
Empezaré por el más lejano. En el año 1492, cuando los Reyes Católicos recuperaron de la dominación musulmana el Reino de Granada, desterraron a su rey nazarí y al séquito que le acompañaba a las Alpujarras, región inhóspita y escondida al sur de Sierra Nevada, en donde aguantarían unos años antes de marchar definitivamente al norte de África.
Cuenta la leyenda que este rey, llamado Boabdil (Mohamed Abu Abdalahyah), cuando iba camino del destierro no quería dirigir su mirada a la bella ciudad que abandonaba, y sólo cuando estuvo lejos, a unos doce kilómetros, sobre una colina, se volvió, y observando por última vez su palacio y la belleza de la ciudad que había perdido, suspiró, y rompió a llorar. Cuentan también que su propia madre, la sultana Aixa al-Horra, también llamada Ayesha, que le acompañaba, le dijo una frase que muchos granadinos desde entonces sabemos de memoria – sobre todo los que andamos lejos de la patria chica: “Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre”. Desde aquel día la colina citada es conocida comúnmente como “El suspiro del moro” o el puerto de “El suspiro del moro”. Fue el llanto y el suspiro por algo amado y perdido para siempre ……
He de confesar que al escuchar el evangelio del domingo también pensé en “El suspiro del moro”, y esperé a que el celebrante me aclarara en su homilía las circunstancias y diferencias de lo que pasó camino del lago de Galilea. Sin suerte, pues habló de otras cosas y no me aclaró el por qué Jesús de Nazaret suspiró en la Decápolis.
La otra escena es más personal. Andaba yo, joven y adolescente estudiante, saliendo con mi grupo de amigos de la parroquia en las tardes granadinas. Entre nosotros, una jovencita de pelos rubios y ojos azules sembraba en mi fantasía juvenil esperanzas y momentos de felicidad. Pero mira por donde, que una tarde – era otoño y habían empezado de nuevo las clases – me fijé que la rubia daba la mano cariñosamente a otro amigo del grupo; así que me quedé con las ganas …….. Estoy seguro, que marché a casa algo decepcionado. Mi padre, atento siempre al sentir de sus hijos, en un momento a lo largo de la velada, me preguntó: “¿Por qué suspiras, Paco? ¿Qué te pasa?”  Le conté la historia, y como en estas lides tenía él igualmente sus experiencias juveniles, me entendió, y su consejo fue bien sabio, aunque ahora no venga al cuento.
He de confesar también que al oír lo que contaba Marcos sobre el suspiro de Jesús me acordé no sólo de Boabdil sino de la rubia granadina y de mi padre. Otro suspiro, en esta ocasión el mío, y por una decepción  …….
Llegado el momento adecuado, a la mañana siguiente, pensé en la ternura de Jesús al acercarse a los marginados, a los indefensos y a todos aquellos que se encontraban en circunstancias difíciles o estaban necesitados. Ternura que también tuvo con el sordo de la Decápolis. El texto del evangelio citado habla de que Jesús se lo llevó aparte, como señal de predilección, de un querer estar junto a él sin testigos, ofrecerle su perdón y regalarle la salvación, la curación.
¿Y el suspiro? Quiero creer que fue un suspiro de amor, un suspiro de compasión por la vida aislada y difícil que el sordo había tenido hasta entonces. Pero más aún, fue un suspiro de nostalgia, por una decepción, un suspiro dirigido al Padre, porque sólo su Padre lo iba a entender. Dice el evangelista que Jesús miró hacia arriba - ¿veía a su Padre? – como si le quisiera recordar que al principio no había sido así, que toda la creación era perfecta hasta que llegó el pecado, y con él todos los males que padece la humanidad. También la sordera del que tenía a su lado. ¡Qué decepción, Padre: lo bello que era todo y en lo que se ha convertido! Motivo suficiente para suspirar.
La bella ciudad de Granada y sus encantos, perdidos para siempre. La decepción de la joven que se fue con otro. Los suspiros de mis pensamientos. Y como leemos en el evangelio, Jesús de Nazaret también tuvo los suyos. 

Carlo Rocchetta escribe en su 'Teología de la ternura' que "la ternura de Jesús revela todo lo más humano que hay en Dios y todo lo más divino que hay en el hombre". Es el Dios escondido y trascendente que se hace tan humano, que hasta suspira …….. Jesús y sus gestos concretos de ternura personal, modelo de toda ternura para nosotros.


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