Esta mañana – era todavía el amanecer – abrí el
Antiguo Testamento y me encontré con Isaías
en su capítulo 62, versículos 4 y 5: "No se dirá de ti jamás
«Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te
llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada». Porque Yahveh se
complacerá en ti, y tu tierra será desposada." ... "Porque como se
casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo
por su novia se gozará por ti tu Dios." Después de leerlo dos veces me atreví a pensar que no eran
palabras al aire, o dichas hace siglos por un autor inspirado; eran palabras
dirigidas a mí, aquí y ahora, en este hoy de mi vida ...... ¿Te lo imaginas
conmigo?
Pareciera que
Dios nos busca y nos desea - ¡pobre de mí! –, parece que nos dirige su palabra
enamorada, para que nos demos cuenta de su amor, amor que se hará realidad en
Jesús, el Hijo, en su presencia misteriosa y real aquí y ahora. Es un camino,
el de Dios hacia nosotros, que se viste de gratuidad, de sobreabundancia, de
ternura. Y lo más grande es que ese Dios encuentra su placer en nosotros, en
mí, en tí (¡....y con gozo de esposo por
su novia se gozará por ti tu Dios!).
Al reflexionar
sobre el lenguaje del Antiguo Testamento me doy cuenta de que no es fácil
encontrar la medida adecuada para entender lo que leemos o escuchamos, para
entender toda la historia de ese Israel, que por una parte habla de alianza y
de bodas, y por otra vive en la angustia de la espera, anhelando que la
majestad de Dios le de la respuesta adecuada a las tragedias de su propia vida.
Pareciera que el Antiguo Testamento vive de la promesa, vive mirando hacia
adelante. Así Isaías hace decir al
Señor: „Por un breve instante te
abandoné, pero con gran compasión (rahamîm) te recogeré“. (Is 54,7)
El autor del
libro del Deuteronomio lo expresa también así: „YHWH tu Dios es un Dios misericordioso: no te abandonará ni te
aniquilará, ya no se olvidará de la alianza que con juramento concluyó con tus
padres“ (Dt 4,31). Y el salmista ayuda en su reflexión cuando plantea que
la ternura del Señor puede compararse con la de un padre con sus hijos: „Como un padre se encariña con sus hijos,
así de tierno es YHWH con sus adeptos“ (Sal 103,13). Una ternura que, a
pesar de la infidelidad del pueblo hace decir al Señor: „Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente“ (Os 14,5)
En este amanecer
de un nuevo día, en el que medito sobre la ternura del Padre en el Antiguo
Testamento, me doy cuenta que yo también, como el salmista, me hallo mirando
hacia adelante, esperando la aurora. A veces me parezco a Juan el Bautista, el que anunciaba aún al Dios justiciero y que en
su encuentro con Jesús le pregunta a éste:
„¿Eres tú el que ha de venir o esperamos
a otro?“
Quiero pensar
que los textos del AT son un símbolo del corazón humano insatisfecho y abierto.
A veces, hay momentos en nuestra vida en los cuales parece que hallamos el
reposo, y en otros nos sentimos perdidos e indefensos, con un único anhelo, el
que escribiera Unamuno como epitafio
para su propia tumba: „Méteme, Padre
Eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del
duro bregar.“
Y el autor
bíblico, queriendo representar la fuerza única de la ternura divina pone en
labios del Señor un recuerdo que es a la vez una profecía: „Con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti“
(Jr 31,3).
En este momento
el sol lucía plenamente en la mañana de mi meditación. Y con esa promesa en el
corazón me sentí tranquilo y feliz.
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