Estuvieron a menudo ante mis ojos, continuamente en mi corazón. Durante los
días de mi estancia en Alemania para asistir al Capítulo General de nuestro
Instituto de Familias de Schoenstatt *, ellos, un matrimonio y su hijo
adolescente, se sentaban a la mesa de trabajo en la primera fila de la sala
capitular – delante de la mía -, y ocupaban los asientos delanteros en la
capilla de la casa durante las celebraciones litúrgicas. No se separaban, unas
veces el hijo entre la madre y el padre, otras veces sentado al lado de uno de
ellos.
Dicen que el autismo es un fallo en el desarrollo de la persona que acarrea
a veces algunas “afecciones caracterizadas por
algún grado de alteración del comportamiento social, la comunicación y el
lenguaje, y por un repertorio de intereses y actividades restringido,
estereotipado y repetitivo”.
Mientras que los demás niños, hijos de otros
matrimonios presentes en la sala, disfrutaban de un programa especial adecuado
a su edad, a nuestro protagonista se le permitió sentarse junto a sus padres
durante las sesiones de trabajo capitulares. No interrumpía, vivía su mundo,
seguro y tranquilo, bajo la mirada y el abrazo de sus padres, dedicado a la
pintura de mandalas que regalaba a continuación a los que le rodeaban. Todos
los presentes recibieron su mandala. ¡Yo tengo dos! Algunas veces repetía algún
monosílabo o palabra que sus padres le habían dicho con anterioridad. Cuando quería
y así lo decidía, salía de la sala capitular sin pedir permiso a la
presidencia. No se notaba, no interrumpía, era como un soplo del Espíritu que
va y viene a su aire y voluntad. Su madre le seguía con una cálida mirada y una
sonrisa amorosa.
Por obra y gracia de estas tres personas, el capítulo,
amén de ser la asamblea legislativa de nuestra comunidad, se convirtió en una
escuela de ternura sin precedentes: las caricias y besos de la madre, los
abrazos del hijo, su ecolalia, la mano cariñosa y conductora del padre, las
miradas entre ellos y a los demás, los lápices de colores, las hojas de apuntes
y dibujos, los rostros forjados en el dolor, la paciencia y la esperanza de los
años que pasaron, la seguridad y cobijamiento del amor, la alegría de saberse
amado, todo ello llegó e inundó la sala capitular, regalándonos una experiencia
de ternura sin igual. Gracias, hermanos de mi alma, porque vuestro ejemplo no
se borrará nunca de nuestros corazones.
Una mañana, a la salida de una de nuestras eucaristías,
el sacerdote celebrante, el Padre espiritual de la comunidad, abrazó a toda la
familia, incluyendo al segundo hijo que andaba por allí con el grupo de
juventud. En aquel momento me imaginé a Cristo abrazando y dejándose abrazar, y
diciendo a todos los allí presentes: “Dejad que los niños se acerquen a mí, no
se lo impidáis, porque de los que son como estos es el Reino de Dios.”
Marcos en su Evangelio (10, 13-16) continúa diciendo:
“Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.
Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.” Y mira
por donde, la escuela de ternura se hizo patente aún más cuando nuestro
protagonista, después de que sus padres recibieran más tarde la bendición por
parte del sacerdote, al tocarle su turno, fuera él el que impusiera las manos
sobre el celebrante.
Entonces me di cuenta, que era Cristo mismo el que se hacía presente en su gesto de amor infantil y en su atípica afección. No lo olvidaré jamás.
Entonces me di cuenta, que era Cristo mismo el que se hacía presente en su gesto de amor infantil y en su atípica afección. No lo olvidaré jamás.
* Nota: El Instituto de
Familias de Schoenstatt es una comunidad religiosa de matrimonios católicos,
extendida en diversos países de Europa y América, que siendo fieles al
Magisterio de la Iglesia viven, vinculados jurídicamente a la comunidad, un
estilo de vida en el espíritu de los consejos evangélicos, imitando a la
Sagrada Familia de Nazaret conforme a la época actual, queriendo colaborar así
en la construcción de un nuevo orden social a través de la renovación cristiana
del matrimonio y la familia. Su fundador fue el Padre José Kentenich.
Qué lindo haber compartido esa experiencia... Gracias Paco por saber escribir esos sentimientos tan profundos que nos marcaron a todos...y a los Pardo por mostrarnos sin palabras tanta ternura... Dos es bueno y bueno es todo lo que Él hace...
ResponderEliminarQuerido Paco me llega este escrito gracias a Teresa Mazón y Dios me penetra el corazón justo en el momento que más necesitaba. Gracias a esos padres, gracias a tí Paco por escribirlo y gracias a Tere. Gracias a Dios que me habla gracias a vosotros dóciles instrumentos.
ResponderEliminarLo que más me gusta: la foto en la que él impone las manos al sacerdote. Es el guiño de Jesús que siempre sorprende y se alegra por el gozo que, sabe, va a suscitar en el otro. Seguro que todos sonrieron emocionados😉
Gracias Paco, nos sentimos perfectamente identificados con esta tierna historia y te agradezco realmente porque me ayuda a no fijarme sólo en mis momentos de impaciencia con mi hijo o en mis celos por mi mujer cuando ofrece esa ternura sin límites a nuestro hijo Simón.
ResponderEliminaren verdad siento como una bendición este regalo de Dios que me hace crecer en la paciencia, en el amor y en definitiva en la Ternura.
Gracias Paco