viernes, 12 de octubre de 2018

Perfumes y lágrimas


¿Por qué será que con el paso de los años nos cuesta tanto dejar que nuestros seres queridos nos laven los pies o nos corten la uñas de los mismos? ¡Y ésto justamente cuando más lo necesitamos ......! Me viene a la mente el pasaje del Evangelio que escuchamos hace unos días, en el que Lucas nos cuenta el episodio de la mujer pecadora que entró en casa del fariseo y se echó sobre los pies de Jesús, bañándolos con sus lágrimas y ungiéndolos con aceite perfumado (Lc 7, 36-50).

Lo de no dejarse lavar los pies no es algo exclusivo de los que tenemos muchos años; ya Pedro, el discípulo amado, no quiso que el Maestro le lavara los pies. Todos recordamos en qué terminó todo: Jesús le dijo: „Si no te lavo, no tienes parte conmigo“, a lo que Pedro contestó: „Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza“. Un intercambio de miradas le haría comprender pocas horas después, con dolor y vergüenza, el sentido de todo ello: no solo lavar los pies sino dar la vida por el otro.

En mi meditación sobre el pasaje de Lucas, no me atrevo a situarme en la escena evangélica del fariseo y la pecadora, y menos aún a identificarme con alguno de los protagonistas.  Temo estar muy cerca de los pensamientos del fariseo y salir mal parado en la polémica que contrapone la ternura de la mujer al legalismo del fariseo:

„Entré en tu casa
y no me diste agua para los pies.
Ella en cambio me ha mojado mis pies con lágrimas
y los ha secado con sus cabellos.
no me diste el beso.
Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.
no me ungiste mi cabeza con aceite.
Ella ha ungido mis pies con perfume“ (Lc 7, 44-45; Cf. Mt 26,6-13)

Hay en el pasaje de Lucas una sobreabundancia de ternura que quiero destacar. Por una parte, la ternura de la mujer que lava, seca y besa los pies del Maestro, y por otra, la ternura, la inmensa ternura de Jesús con aquella mujer despreciada por la opinión pública por ser considerada pecadora o adúltera. ¡Dejarse lavar los pies con las lágrimas de una pecadora, dejarse besar los pies por una desconocida! ¿Conocéis una ternura semejante?

La ternura de Jesús contiene una potencialidad „revolucionaria“ única. Va más allá de los usos y costumbres del momento, convirtiéndose en acogida y gracia para la mujer pecadora y para todos nosotros. Si Dios ama a todos, hasta a los lirios del campo, no nos podemos sentir excluidos de esa ternura de nuestro Maestro, al contrario, debemos dejar que la misma llegue a nosotros a través de las manos, de los besos y caricias del que está más cerca de mí, porque en él y con él está Jesús. Esta es la ‚revolución de la ternura‘ que predica el Papa Francisco.

En su cuaderno „Hacia la ternura“ cuenta la religiosa Mariola López Villanueva una bella experiencia de una misionera compañera suya. Dice así: „Una compañera escribía en un email desde Sancti Spiritus, en Cuba: „Voy al asilo que está al lado de casa. Todas las viejitas son ‚principales‘ del Reino. Unjo sus pieles desgastadas con un bote de crema que llevo. Delicadamente practico con ellas el sacramento del beso“ .... ¿Somos conscientes de esta unción en nuestras manos y en nuestra piel? ¿De los pequeños sacramentos cotidianos que pueden tejerse a través de nuestro cuerpo? 
¡Cuánto necesitamos ayudarnos unos a otros a recuperar el poder que tienen nuestros cuerpos para sanar y bendecir cuando vamos dejando que el AMOR los tome!“

Cuando las uñas de mis pies me hayan crecido de nuevo, y mis huesos no permitan que pueda agacharme lo necesario para lavarme y cortarlas, me acordaré de las viejitas de Cuba y de la mujer del episodio de Lucas, de la misionera del Sagrado Corazón y del mismo Jesús. Intentaré cultivar mi humildad y dejar que las manos de la persona querida que está a mi lado sean el vehículo precioso de su donación, de la ternura de su corazón, de la ternura del corazón de Jesús. Será también una oportunidad para imitar al Maestro en su amor por los demás, en su ternura magistral e infinita.
   

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