¿Por qué será que con el paso de los años nos
cuesta tanto dejar que nuestros seres queridos nos laven los pies o nos corten
la uñas de los mismos? ¡Y ésto justamente cuando más lo necesitamos ......! Me
viene a la mente el pasaje del Evangelio que escuchamos hace unos días, en el
que Lucas nos cuenta el episodio de la mujer pecadora que entró en casa del
fariseo y se echó sobre los pies de Jesús, bañándolos con sus lágrimas y
ungiéndolos con aceite perfumado (Lc 7, 36-50).
Lo de no dejarse lavar los pies no es algo
exclusivo de los que tenemos muchos años; ya Pedro, el discípulo amado, no
quiso que el Maestro le lavara los pies. Todos recordamos en qué terminó todo:
Jesús le dijo: „Si no te lavo, no tienes
parte conmigo“, a lo que Pedro contestó: „Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza“. Un
intercambio de miradas le haría comprender pocas horas después, con dolor y
vergüenza, el sentido de todo ello: no solo lavar los pies sino dar la vida por
el otro.
En mi meditación sobre el pasaje de Lucas, no
me atrevo a situarme en la escena evangélica del fariseo y la pecadora, y menos
aún a identificarme con alguno de los protagonistas. Temo estar muy cerca de los pensamientos del
fariseo y salir mal parado en la polémica que contrapone la ternura de la mujer
al legalismo del fariseo:
„Entré en tu casa
y tú no me diste agua para los
pies.
Ella en cambio me ha mojado mis
pies con lágrimas
y los ha secado con sus
cabellos.
Tú no me diste el beso.
Ella, desde que entró, no ha
dejado de besarme los pies.
Tú no me ungiste mi cabeza con
aceite.
Ella ha ungido mis pies con
perfume“ (Lc 7, 44-45; Cf. Mt 26,6-13)
Hay en el pasaje de Lucas una sobreabundancia
de ternura que quiero destacar. Por una parte, la ternura de la mujer que lava,
seca y besa los pies del Maestro, y por otra, la ternura, la inmensa ternura de
Jesús con aquella mujer despreciada por la opinión pública por ser considerada
pecadora o adúltera. ¡Dejarse lavar los pies con las lágrimas de una pecadora,
dejarse besar los pies por una desconocida! ¿Conocéis una ternura semejante?
La ternura de Jesús contiene una potencialidad
„revolucionaria“ única. Va más allá de los usos y costumbres del momento,
convirtiéndose en acogida y gracia para la mujer pecadora y para todos
nosotros. Si Dios ama a todos, hasta a los lirios del campo, no nos podemos
sentir excluidos de esa ternura de nuestro Maestro, al contrario, debemos dejar
que la misma llegue a nosotros a través de las manos, de los besos y caricias
del que está más cerca de mí, porque en él y con él está Jesús. Esta es la ‚revolución de la ternura‘ que predica
el Papa Francisco.
En su cuaderno „Hacia la ternura“ cuenta la religiosa Mariola López Villanueva una
bella experiencia de una misionera compañera suya. Dice así: „Una compañera
escribía en un email desde Sancti
Spiritus, en Cuba: „Voy al asilo que está
al lado de casa. Todas las viejitas son ‚principales‘ del Reino. Unjo sus pieles desgastadas con un bote de crema que
llevo. Delicadamente practico con ellas el sacramento del beso“ .... ¿Somos
conscientes de esta unción en nuestras manos y en nuestra piel? ¿De los
pequeños sacramentos cotidianos que pueden tejerse a través de nuestro cuerpo?
¡Cuánto necesitamos ayudarnos unos a otros a recuperar el poder que tienen nuestros cuerpos para sanar y bendecir cuando vamos dejando que el AMOR los tome!“
¡Cuánto necesitamos ayudarnos unos a otros a recuperar el poder que tienen nuestros cuerpos para sanar y bendecir cuando vamos dejando que el AMOR los tome!“
Cuando las uñas de mis pies me hayan crecido de
nuevo, y mis huesos no permitan que pueda agacharme lo necesario para lavarme y
cortarlas, me acordaré de las viejitas de Cuba y de la mujer del episodio de
Lucas, de la misionera del Sagrado Corazón y del mismo Jesús. Intentaré cultivar
mi humildad y dejar que las manos de la persona querida que está a mi lado sean
el vehículo precioso de su donación, de la ternura de su corazón, de la ternura
del corazón de Jesús. Será también una oportunidad para imitar al Maestro en su
amor por los demás, en su ternura magistral e infinita.
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